En cinco segundos iba a
sonar el timbre para anunciar el final de las clases.
¿Lo que siento? Alivio.
¿Por que? No solo porque el timbre va a interrumpir a la profesora
de matemáticas en medio de una explicación y nos libraríamos todos
de los deberes ya que antes de que la profesora avisara para que nos
quedáramos en la clase un rato mas ya nos habríamos ido, sino
también para poder salir de ese nido de animales con miradas
furtivas hacia las cosas que se salen de lo común para ellos. Sí,
yo soy esa de una de esas cosas, pero en este caso no soy cosa, soy
persona.
Me enfurecen sus miradas
repelentes por los pasillos cuando yo paso, con mis pintas, sí, sin
ocultar como soy y como me siento. Parece que mostrar como eres ,
como te sientes y tus gustos no está entre sus cosas favoritas, creo
que incluso es como una regla prohibida que yo me la salto por el
forro del pantalón.
Cinco, cuatro, tres, dos,
uno... cero... ¿Ring? Sí, ya ha terminado la clase.
Cojo mi mochila de
calaveras, me ajusto bien mis baqueros rotos, ajustados y negros, y
me bajo un poco la camiseta negra con una calavera grande en el
centro.
Entre mi ropa oscura, mis
ojos pintados de negro, mis labios rojos y mis pulseras de pinchos
soy el blanco numero uno.
Me abalanzo hacia la
puerta. Casi que corro hacia el exterior del instituto. Adiós
personas sin rostros, ya casi no distingo unos de otros, vais
mejorando en el arte de la copia y falsificación, hasta mañana.

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